EL DESASTRE DEL LIBRE ALBEDRÍO

EL DESASTRE DEL LIBRE ALBEDRÍO

¿Por qué le llamamos desastre a la libertad de hacer lo que uno quiera?

Para una sociedad que ha dejado la fe y los derechos de Dios a un lado, como un atavismo del pasado, ya no hay ley que detenga el abuso de la libertad de sus creaturas. Es ineludible que la observancia de la Ley de Dios era un muro ético-moral, donde se estrellaban las malas inclinaciones del hombre … ¿y sin ese muro? … ¡la vida es jauja!

Si no creo, no me obliga la ley, esto es el resultado de desconocer a Dios como Creador, Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra … Si no creo en esto, vanos son nuestros afanes.

No creer en Dios, o sea, en el Primer Mandamiento dado en el Sinaí, todo el andamiaje ÉTICO-MORAL de la Ley de Dios y su doctrina … se viene abajo.

Libertad -y como decía un pensador- ¿Cuántos crímenes se comenten en tu nombre? … Sin la ley, todo es posible … ¡el hombre sin freno lo aprovecha el diablo!

Todos los males del mundo actual son el resultado de no creer y no tener un santo temor a Dios … ¿quieren ejemplos?

El crimen más nefando convertido en ley por el hombre: el aborto, o sea, el asesinato de los seres más desprotegidos e inocentes. El motivo es la comodidad de las madres ignorantes, que han creído que su cuerpo es suyo y con él, pueden hacer lo que quieran. Pero sobre todo, creen que su hijo es su cuerpo; ¡es otro ser humano que tiene el derecho a la vida!

El que le sigue no es menos peor: la lujuria, que es dar rienda suelta a las más bajas pasiones, sin importar el daño que provoca a uno y a los demás. Este abuso rompe lo bueno en la sociedad; el decoro, la inocencia, las fortunas, la salud y la familia … y todo, por no tener temor de Dios … uno de los dones del buen amigo del alma.

Además, después de este pecado contra Dios … viene la debacle, lo que le sigue es una cascada de pecados sin excusa.

Observemos a nuestro alrededor y veremos lo que decimos; escuchemos las noticias: todas son casi malas noticias.

¡Y todo por el abuso del libre albedrío! … ¡Pidamos al Señor someter la voluntad a las cadenas de su amor!