GRANDEZA Y PEQUEÑEZ

GRANDEZA Y PEQUEÑEZ

(Extracto tomado del libro "Navidad", del P. J. G. Treviño)

Hay sin embargo, en la Liturgia de Navidad, un pensamiento que lo sintetiza todo. La grandeza divina que se empequeñece para conquistar nuestro corazón. Siendo riquísimo, se hizo pobre por nosotros, para que su pobreza conquistara nuestro corazón y lo hiciera rico con los dones de su amor (II Cor. VIII, 9).

La grandeza impone y abruma, cuando no rebela: la pequeñez, en cambio, atrae, encanta, subyuga…. En Belén, Cristo no tiene sino los encantos y los atractivos de la pequeñez. Por eso cantamos en cada Navidad: Al que así nos ama, ¿quién podrá no amarlo?

Más pequeño sólo se ha hecho en la Eucaristía, y por eso la Hostia Santa es el dulce sol de las almas, que las atrae, las subyuga y las encadena en una perenne Navidad…

La Eucaristía nos enseña que el camino para ir a Dios, para ganar y conquistar su corazón, no es el camino de la grandeza sino el de la pequeñez… ¿Somos pequeños, es decir, pobres de virtudes, débiles, miserables? Entonces, reconozcámoslo sinceramente y hagámosle el presente de nuestra pequeñez y de nuestras miserias.

Recordemos la conocida anécdota que se refiere en la vida de San Jerónimo, el solitario de Belén. Cuentan que una noche de Navidad se le presentó el Niño Jesús para pedirle su aguinaldo. El anciano, conmovido, le dice:

-Pero, Niño adorado, ¿qué puedo darte si te he sacrificado todo?

-No, -insistió el Niño-, quiero algo más.

-Te consagro mi ciencia, mis escritos; te doy mi salud y mis fuerzas.

-No quiero más. Hay algo más que no me has dado, y que yo vengo a pedirte.

- ¡Dame tus miserias!

Así nosotros, reconociendo nuestra pequeñez y nuestra miseria, entreguémonos a Él para que colme nuestra nada, fortalezca nuestra debilidad, engrandezca nuestra pequeñez y haga que nuestros pecados y miserias vayan a ahogarse en el océano infinito de su misericordia.

"¡Gloria a Dios en el alto de los cielos y paz a las almas que Dios ama con predilección!".