CUESTIONES DE APOLOGÉTICA. No. 1.

31.01.2025

¿DIOS NECESITA QUE LO DEFIENDAN? 


En un sentido estricto, Dios no necesita ser defendido, porque su negación o las ofensas dirigidas a su dignidad, en nada disminuyen o degradan ni su existencia, ni su perfección.

Pero nosotros sí estamos obligados a dar nuestro testimonio y a acudir en su defensa, por diversas razones, pero esencialmente porque en ello se juega nuestra propia salvación. Hay innumerables razones por las cuales necesitamos ser testigos de nuestra fe, que podemos agruparlas en tres aspectos fundamentales:

  • Como testimonio de gratitud, pues Dios no sólo nos ha creado y dotado de cualidades que han sorprendido incluso a los propios ángeles: nos ha dado un alma inmortal y nos ha formado a su imagen y semejanza, lo que implica que poseemos una inteligencia capaz de conocer, y una voluntad con la posibilidad de decidir. Ambas conforman el tesoro de la libertad. Pudo habernos creado como a sus demás creaturas, que en su mera existencia cumplen su fin, pero deseaba crear un ser que libremente le amara y le sirviera, y que, como compartiera con Él la Gloria Eterna.
  • Porque a pesar de nuestras infidelidades desde la misma creación del hombre, no nos ha condenado al castigo eterno -como a los ángeles infieles-, sino que nos ha mandado a su Hijo como Redentor, encarnado en la Santísima Virgen María con el fin de recuperar el cielo perdido. Jesucristo ha pagado nuestra deuda con su sangre. Y nos ha provisto de los medios necesarios, instituyendo para nosotros su Santa Iglesia, en la cual ha depositado todos los medios necesarios para recuperar la amistad de Dios y poder regresar a la Casa Paterna.

El misterio de la Redención incluye el regalo de su Madre, la Santísima Virgen María, para que también sea nuestra Madre, nuestra protectora e intercesora segura, para que, tomados de su mano, podamos alcanzar la redención.

  • Pero también debemos dar testimonio porque así nos lo ha pedido -o más bien, ordenado- por medio de las verdades reveladas, pero especialmente por las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, enseñanzas que son Palabra viva. Por eso su doctrina no es una colección de recomendaciones (como en las religiones paganas) sino que cada palabra enseñada por Jesucristo fue avalada con su forma de vivir, para que con su ejemplo conociéramos el modo de agradar a Dios y cumplir el destino para el que fuimos creados.

Cuando Nuestro Señor dio el mandato a sus apóstoles de ir a todo el mundo a predicar el Evangelio, no lo hizo sólo con el deseo de que las naciones lo conocieran y practicaran su doctrina, sino que es un imperativo para que todos lo seres humanos puedan salvarse: Id por todo el mundo: predicad el Evangelio a todas las criaturas. El que creyere y se bautizare, se salvará: pero el que no creyere, será condenado. (Mr. 16, 16). Tan grave es esta misión que en ella se juega nuestra salvación y la de los demás.

Cuando hablamos de "apóstoles" de Jesús no nos referimos exclusivamente a los primeros discípulos que le siguieron, sino a todos sus discípulos, a todos los seguidores de Cristo, lo cual también nos incluye a cada uno de nosotros.

Este mandato tiene un sentido positivo y otro negativo: Por una parte, nos impele a llevar el Evangelio, la doctrina que Él nos enseñó, a todo el mundo. Todos nosotros tenemos que ser misioneros, evangelizadores, ya sea con la palabra o con el ejemplo; de preferencia, ambos. Éste es el sentido positivo.

Pero también implica protegerla contra los ataques de sus enemigos, y de evitar que esta doctrina -y con ella la Iglesia y la Religión Católica- se desvíe de sus principios y de su de su fin. Tenemos la obligación de defender, no sólo a la Iglesia y a la Religión Católica, sino a defender la misma dignidad de Dios, cuando sea amenazada… Mas a quien me negare delante de los hombres, Yo también le negaré delante de mi Padre, que está en los cielos. (Mt. 10, 33). Nuestro testimonio es necesario para nuestra salvación.

Éste es precisamente el sentido de la APOLOGÉTICA. El Padre Faría (1999[1]) la define como la ciencia que justifica y defiende la religión; justifica, en cuanto demuestra racionalmente todas y cada una de las verdades de nuestra religión; defiende, en cuanto rechaza cualquier ataque contra Dios, su Iglesia y su doctrina.

Por este motivo la Religión Católica, además de enseñar las verdades reveladas por Dios y los medios para alcanzar la salvación, también tiene una disciplina, la Apologética, que se encarga brindar las herramientas para probar las verdades de nuestra fe y combatir los errores que sobre ella se difunden. Y son muchos, pues los enemigos de Cristo no descansan.

Conocer la Apologética es una necesidad de todo cristiano, y un deber utilizarla en defensa de Dios y de su Iglesia, cuando sea necesario.

Si bien Dios no necesita, en estricto sentido, que lo defendamos, si quiere que lo amemos libremente. Y en un acto de amor, quiere que lo defendamos públicamente, que demos testimonio por amor a la verdad. Para eso creó al hombre. ¡Amar es también defender lo que se ama!


[1] Faría, R. (1955). Curso Superior de Religión. Voluntad. Buenos Aires.