LA IDENTIDAD DE TU HIJO O HIJA
Todos los seres humanos, apenas vamos dejando la infancia, o aún en ella, vamos tomando conciencia de nosotros mismos y descubriendo quiénes y cómo somos, para ir esbozando poco a poco el hombre o la mujer que queremos ser.
La voluble etapa de la adolescencia, a veces tan inquietante como dramática, constituye un proceso de transformación física y psicológica, en búsqueda de nuestro "yo", de nuestra identidad personal; no para descubrir el sexo (lo que hoy erróneamente llaman "género") pues el sexo están tan impreso en la naturaleza humana como en el mundo animal y vegetal inequívocamente.
El adolescente busca encontrarse a sí mismo, su "yo" más íntimo y particular, entre todos los varones, si es varón, o entre todas las mujeres si es mujer. El joven no tiene la menor duda que quiere ser varón, y la joven de ser mujer, sólo que está luchando por descubrir su propia personalidad. Con frecuencia, el joven se impacienta y se enoja consigo mismo y con los que lo rodean porque no logra encontrarse a sí mismo, y mucho menos, entenderse. Sólo hasta el paso del algunos años (o décadas), irá imprimiendo la propia "fisonomía" física y espiritual, y será, lo que siempre ha sido: único e irrepetible.
Ésta es la verdadera búsqueda psicológica que hace la niña o el niño desde la pubertad, para finalmente moldear su propia personalidad, su propia estatua.
Para que el joven y la joven logren ser lo más fiel a su ser y a su vocación, es decir a su particularísimo ser (de acuerdo a su sexo, temperamento, conocimientos, talentos, habilidades, gustos, etc.) sin duda debe trabajar él mismo en sí, en forjar su propio carácter, PERO NO LO PODRÁ HACER SOLO, O MEJOR DICHO, NO DEBERÁ HACERLO SOLO.
En cuanto que los hombres por naturaleza somos sociables y no podemos nada absolutamente solos, necesitamos la ayuda de otros con mayores conocimientos, cultura y experiencia, para cincelar con mayor perfección nuestra propia personalidad, nuestra propia efigie.
El joven y la joven, DESDE LA MÁS TIERNA INFANCIA, necesitan de un buen papá, buena mamá, buenos hermanos, buenos maestros, buenos amigos, buenos Sacerdotes y guías espirituales, buenos ejemplos, buenos medios de comunicación, buenos ambientes... ¡a fin de llegar a ser un buen hombre o una buena mujer!
PAPÁ Y MAMÁ: el más importante quehacer de su vida es hacer de sus hijos hombres y mujeres de bien; y recuerden: ¡su hijo no podrá solo!... El "pobrecito" vive en el mundo en medio de nocivas influencias ("amigos", redes sociales, cine, drogas, sexo, etc.); piensa, quiere y siente en medio de malignas sugerencias del demonio y, por si fuera poco, en medio de las propias debilidades de la carne.
La madurez se da cuando hay equilibrio físico, emocional y espiritual en la persona, y será tanto más sólida, en la medida en que haya mayor unidad entre sus propias facultades internas (entendimiento y voluntad) y sus sentidos.
En esa autenticidad con lo que se es, con lo que la naturaleza les dio, con la misión que Dios les señaló para su vida, es como sus hijos encontrarán la felicidad por la que hoy tanto se preocupan.
La formación cristiana, desde los dos o tres años, ayudarán a su hijo o hija, a perfeccionar su propia identidad... Los hijos, el más caro de los tesoros, merecen a los mejores escultores: ¡sus papás!