LA CELDA DEL SILENCIO
LA CELDA DEL SILENCIO
El gran problema que enfrenta la humanidad desde hace siglos es la incomprensión hacia los demás. El enemigo oculto de la empatía es, sin duda, el ego, o sea, el "Yo".
¿Y qué es el "Yo"?... es ese eco profundo que surge de nuestra alma para frenar y poner barrera ante los demás. El "Yo" es distancia entre Dios y entre los hombres. Cuando surge el "Yo", se acabó la plática y no hay más qué decir. El "Yo" está fundamentado en la soberbia, o sea, al no reconocimiento de una opinión superior a la tuya. "Yo tengo la razón", "Yo soy como soy", "Yo creo que debe ser así", etc.
El "Yo" es una imposición de la soberbia ante la realidad... y te preguntarás... ¿Cómo combatir este impulso separatista que surge de lo más profundo de la personalidad humana?
Hay que hacerle como los antiguos caballeros cristianos, allá por los siglos XIII y XIV. El hombre se dio cuenta que lo que lo separaba de Dios y de los hombres era el "Yo". En aquellos tiempos los hombres combatían a este enemigo del alma con el silencio; he aquí la piedra angular para someterlo.
En el silencio busca en lo profundo de ti mismo, no al "Yo", sino a "Él". Y... ¿Quién es Él?... Es aquel que se reveló a Moisés en el Monte Sinaí... donde, al preguntar a Dios Su Nombre, Él contestó: "Yo Soy el que Soy", que traducido quiere decir "Yavhé". Por la tradición de no pronunciar el Nombre de Dios, quedó en la abreviatura de cada palabra como "Yavhé".
Él ES. Esta es la palabra clave que debes repetir y buscar en el silencio. Dios no está allá lejano en el Cielo, como piensan los agnósticos. Dios está, vive o habita en todo lugar y, por lo tanto, en el Sagrario y en el corazón del hombre. Ahí es donde debes buscar al que "Es".
La Mística medieval como Bernardino de Laredo y Ruysbroeck son las muestras del silencio, alimentados por los Padres del desierto. Ellos enseñaron en Occidente esta práctica medio-oriental de recurrir al silencio para tener un encuentro con Dios. Descubrieron que hay que silenciar el pensamiento y la imaginación para escuchar al Dios que vive en ti.
El encuentro con Dios no es a través de una espectacular Teofanía, sino de recurrir al "desierto" que impone la voluntad para escuchar a Dios que vive dentro de ti. Recuerdas las "Confesiones" de San Agustín en las que escribió: "Tarde te amé, hermosura, tan antigua y tan nueva. Yo te buscaba afuera y Tú estabas dentro, muy dentro, tan dentro de mí".
En pase de este descubrimiento fue que San Agustín se convirtió y dio a la Iglesia un tesoro infinito de Sabiduría Católica.
El problema actual es que vivimos en una sociedad llena de ruidos, por las convivencias sociales y cuando estamos a solas, nos acompaña la tecnología... que hace más ruido.
Podríamos actualizar un pensamiento de Santa Teresa de Jesús que decía: "Entra en tu celda para el encuentro con Dios" ... Ahí es el lugar espiritual en la cual la acción de Dios recibe acogida.
El "Yo" queda fuera de la celda y sólo queda Él, para unirse a la persona. De alguna manera el Cielo empieza aquí en la tierra; el lugar donde habita Dios es el cielo y el corazón del hombre es el lugar del encuentro.
Esta verdad tan antigua y tan nueva -como dice San Agustín- es uno de los más grandes descubrimientos del ser humano. Hay quienes cierran su mente y sus sentidos y prolongan el ambiente de su celda en la vida cotidiana. Santa Teresa decía: "Dios anda entre los pucheros".
San Juan de la Cruz, un carmelita cofundador del Carmelo Descalzo hizo en sus reflexiones un esquema muy sencillo para llegar a tener esta intimidad con Dios... Decía: "En la vida de toda persona se debe dibujar un rectángulo en el que atraviesa una diagonal de ángulo a ángulo y deja dos triángulos iguales; el uno se llama "Dios" y el otro "Yo". Cuando recorras esta línea hasta que desaparezca el "Yo", llegarás a la intimidad con Dios. Tu vida ya no es tuya, es de Dios. Tus acciones y tu pensamiento ya no son tuyas, son de Dios. Todo tú ya se ha conformado con Dios, no con tu "Yo".
Así es como decía San Pablo: "Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien viven en mí" (Gal. II, 20).
La sana costumbre del silencio y el no estar pensando en ti, sino en Dios y los demás, es la fórmula para bajarte del pedestal en que te ha puesto la soberbia y además garantizas tu destino eterno al lado de Dios, a quien amas sobre todas las cosas...
Y toma en cuenta que a Dios se le debe y se le puede amar más fácil y efectivamente a través del prójimo y así te convertirás en un dechado de Caridad.
¡Suerte con el silencio!
SAPIENTIA LDI
EDITORIAL