¡QUÉ GRANDE ES EL TIEMPO DE ADVIENTO!

¡QUÉ GRANDE ES EL TIEMPO DE ADVIENTO!

¿Acaso los católicos nos hemos olvidado de la importancia del período del Adviento?... ¡Es nada menos que el gran inicio del Año Litúrgico con que la Iglesia celebra nuestra Fe!

Efectivamente, el primero de los profundos Misterios que la Iglesia celebra, es el Nacimiento del Verbo Encarnado... ¡el Nacimiento de nuestro Salvador!... Que Dios se haya querido anonadar como un Niñito, el más hermoso de todos, en los tiernos Brazos de Su Madre, resulta tan incomprensible ¡pero tan gozoso!

Sé que apenas alcanzamos a vislumbrar el gran amor de Dios, que no contento con ser nuestro Creador, quiso darnos a su Hijo: Porque así amó Dios al mundo: hasta dar su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna. (Jn. III, 16). Y, así Dios, también quiso ser nuestro Redentor a costa de Su Preciosísima Sangre.

¿Cómo no habremos de regocijarnos por la Venida de tan Noble Visitante? ¿Cómo no habremos de prepararnos para recibir lo más dignamente posible a tan generoso Redentor, Causa de nuestra salud de nuestro perdón?

Nuestra Madre la Iglesia, Santa y Sabia desde sus orígenes, nos invita a que cuatro semanas del Feliz Nacimiento de Cristo, nos preparemos espiritualmente para que en nuestra alma pueda renacer el Niño Dios.

El Adviento es la digna espera con la que el cristiano está al pendiente de la <<llegada>>, del <<advenimiento>> del Salvador. ¡Ya está próximo!... ¡Ya está en camino!... ¡Ya viene!... Y lo menos que podemos hacer es prepararnos en el alma tan dignamente como nos sea posible pues muy digno es nuestro Divino Huésped.

El Adviento es un tiempo de oración y penitencia. Oración, para suplicarle al Redentor que venga pronto a sanar nuestra alma de los pecados y miserias que la enferman, a consolarla de las muchas penas que la afligen; y a sanar nuestro cuerpo de las dolencias y debilidad que lo aquejan. Es tiempo de penitencia, porque a semejanza de la Cuaresma, pero más moderadamente, debemos intentar purificar nuestro corazón con algunos pequeños sacrificios o actos de caridad y misericordia... La misma Corona de Adviento nos lo recuerda con las tres velas de color morado, y la de color rosa nos recuerda aligerar dicha penitencia por la alegría de que está cerca el Nacimiento del Niño Dios.

Una vez que hayamos "limpiado" el pobre pesebre de nuestra alma, con una devota Confesión y Comunión, podremos encender gustosos la Vela Blanca que está al centro de la Corona de Adviento, para celebrar la Natividad del Señor con gran alegría entonando el hermoso himno "Gloria in excelsis Deo". 

SAPIENTIA LDI

EDITORIAL