VÍSPERAS DE NAVIDAD
VÍSPERAS DE NAVIDAD
Acaba de pasar, para los mexicanos, el fervor guadalupano. Culminamos los festejos de las apariciones de la Santísima Virgen de Guadalupe ¡la figura más entrañable del alma mexicana!
Estuvimos inmersos en el misterio de Guadalupe: su designación desde lo alto, para auxiliar al pueblo mexicano, a indígenas y mestizos y, a todo aquél que se acerque a ella con el corazón contrito y humillado ¡a Ella, la más humilde entre las humildes!, la que dejó hacer al Infinito lo que quisieran de ella. El Fiat que pronunció al decir hágase en mí, según tu palabra, distingue a la Virgen de Guadalupe como la joven madre de todo un pueblo volcado a su protección.
Ahora, entramos de lleno al corazón del Adviento, preparándonos para la venida del Salvador, es decir, la Navidad. Ese tiempo en el que se juntan en la historia el Cielo y la tierra para ver nacer al Redentor ¡el acontecimiento más importante de la humanidad!, ya que, con la Encarnación del Verbo, se cristaliza nuestro perdón y se abren las puertas de par en par hacia la Gloria.
Antes del nacimiento de Jesucristo, el mundo vivía desconsolado por la muerte, que era la verdad indiscutible de aquella época. El hombre, en ese tiempo, no sabía ¿quién era? ¿de dónde venía? y ¿hacia dónde iba? Y, con la Encarnación del Verbo de Dios, se abrió su entendimiento y comprendió su elevado destino al contestar estas incógnitas que lo oprimían.
Jesucristo venció a la muerte y fue el primogénito de los resucitados, dejando su Evangelio y su doctrina como herencia salvífica para toda la humanidad.
En este tiempo, en el que una gran multitud renuncia a su progiene, surge de nuevo en el horizonte la tristeza y la depresión por haberse alejado de Dios. La gran apostasía a la que nos referimos es el signo más visible de que el fin de la historia está por venir.
Católicos, ateos y de otras confesiones reconozcan a su Creador en esta Navidad… ¡Él no quiere que perezcas, sino, que tengas vida y vida en abundancia! Así que hinca la rodilla en tierra y adora a tu Creador, a tu Salvador, ese que se nos presenta esta Navidad como un niño pequeño y frágil, pero con el poder de rescatar a la humanidad de sus pecados.
¡Feliz Navidad! sáltate las barreras de la apostasía y grita ¡aleluya, aleluya! reconociendo a Dios en el pesebre de la pobreza y la humildad.